Entre la neutralidad del Estado y la Common Decency



Para el filosofo Jean-Claude Michea, autor de "L´empire du moindre mal", el liberalismo, como ideología política y económica, fue tomado como un medio para pacificar las sociedades europeas del siglo XVII, ensangrentadas por las guerras de religión. En ese sentido, a fin de "pacificar" políticamente e ideológicamente a la sociedad,  evitando nuevas guerras civiles ideológicas, se entendió que era fundamental someterse a un Estado "neutro". Es decir, un Estado que anule toda referencia a valores morales, religiosos o filosóficos, y que sólo se limite a tener un discurso de "experto".

En ese sentido, el Estado no debía pretender decidir sobre los distintos sistemas de valores de los individuos, y menos definir el contenido y alcances de lo que Aristóteles denominó una "vida buena". A partir de ello, se hizo necesaria una estricta separación entre la esfera pública, así neutralizada, y la esfera privada, donde los valores filosóficos y religiosos sí podían seguir siendo compartidos y vividos. 

Lejos estamos del Leviathan de Hobbes que buscaba representar el Estado absoluto, el Estado neutro, según Michea, es concebido como un conjunto de procesos objetivos que, con el soporte del mercado y del derecho (con el que se busca alcanzar lo "justo" y no necesariamente el "bien"), permitirían administrar y hacer funcionar la sociedad de forma "automática", independientemente de las motivaciones buenas o malas de los hombres. Así, dado que las decisiones de los poderes públicos deben ser "objetivas", sus fundamentos debían ceñirse a una expertise tecnica y científica. El problema surge cuando, en búsqueda de una solución objetiva a un problema político o social, se opta por una vía "técnica", rechazando otras orientaciones que contengan elementos ideológicos y/o culturales compartidos por la sociedad.

Bajo este análisis, el liberalismo económico y el liberalismo político forman un tandem casi perfecto. El liberalismo económico contribuiría a la "pacificación" ideológica, vía las relaciones comerciales, que recrean una nueva forma de vinculo humano, bajo un "modelo contractual" impulsado por mecanismos impersonales de un mercado autorregulado.  Por su lado, el liberalismo político, fundado sobre el "Estado de Derecho" se cimenta en torno a la idea que los individuos son plenamente libres de llevar la vida que deseen, bajo la protección de un derecho neutro.

A partir de lo anterior, considerando que las cuestiones morales están limitadas a la esfera privada, se asume que la esfera pública está "eticamente purificada", toda vez que la sociedad económica y mercantil debe funcionar "libremente" sin que juicios de valor puedan perturbar el "libre" juego de los mecanismos "naturales" del mercado. Podría decirse, siguiendo a Michea que "el mercado funciona mejor si los comportamientos son egoistas y las virtudes morales ignoradas". En ese sentido, dicho autor señala que si el Estado liberal renuncia a definir lo que es la "vida buena", es entonces el mercado que, a través de sus vectores "crecimiento y consumo", que nos definirá de manera concreta cómo debemos vivir y la idea que debemos tener de una "vida buena". Todo límite al crecimiento o al consumo serían de orden moral y debe ser descartado para favorecer el flujo de intercambios en el mercado. Como lo afirma Foucault en "Nacimiento de la Biopolítica", de lo que se trataba era de proponer a través del liberalismo un nuevo arte de gobernar basado en "limitar desde adentro el ejercicio del poder de gobernar"

Ante ello, en línea con Michea, debemos concluir que no es posible asumir que una sociedad no tenga un mínimo de valores compartidos, una definición de "vida buena" que deberíamos entender y compartir como sociedad. Es lo que Orwell denominaba una decencia común (common decency), valores a los que se adhiera nuestro sentido común, como la honestidad, solidaridad, generosidad, lealtad, sentido de la gratuidad, sentido del honor, reciprocidad, y que deberían ser el freno necesario que cada ciudadano imponga  a esa mano invisible, y muchas veces errática, que pretende gobernar nuestras relaciones sociales.

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