El capitalismo y la ética democrática

Parafraseando el título "La crise économique et l´éthique du capitalisme" del artículo de Jean Paul Fitoussi que publicará en "Le Monde", edición del 3 de marzo de 2009, creo oportuno -en plena crisis financiera- atemperar el debate que enfrenta por un lado, a aquellos anticapitalistas trasnochados que proponen la "tabula rasa" y por el otro, a aquellos liberales de ultranza que sin interrogarse sobre las verdaderas causas de esta crisis, hacen como si nada hubiera pasado, y continuan defendiendo una visión economicista, donde el capitalismo autónomo y el mercado autoregulado son la piedra de toque, relevando a la política a un lugar periférico y subordinado a éstos.

Debe recordarse que el capitalismo es una forma de organización histórica, nacida de las ruinas del Ancien Régime. En tal sentido, no podemos afirmar que sea una realidad autosuficiente "escrita sobre piedra", ajena a lo político.

Como lo afirma Fitoussi, nuestro sistema procede de una tensión entre dos principios: i) el mercado y la desigualdad que lo nutre (un Nuevo Sol una voz) por un lado, y ii) la democracia y la igualdad (una persona, una voz) por el otro. Este escenario potencialmente conflictivo hace imperiosa la búsqueda permanente del consenso. Sin embargo, esa busqueda de acuerdo, no puede llevarnos ni a la parálisis ni a la ambigüedad, en algún momento se debe tomar una decisión, asumiendo plena responsabilidad por la posición que sea tomada, la misma que de una u otra forma incorporando elementos de ambas partes, expresa una decisión legitimada a los ojos del interés común. Esto nos lleva a concluir que la democracia no puede ser confundida con la "gestión política" ni con la "administración del status quo".
En efecto, esa búsqueda de legitimación en las decisiones gubernativas, propio del sistema democrático, ha venido salvando al capitalismo. En ese sentido, impidiendo que la exclusion deslegitime al mercado, vemos que la relación democracia/capitalismo, lejos de ser conflictual, debe ser complementaria, a través de la deliberación y la creación de espacios públicos para ello.
En consecuencia, la ética debe tomar su lugar en el corazón del capitalismo, humanizandolo. Para ello, es fundamental dotar a la política (no a la demagogia) de un lugar privilegiado, enmarcando al desbocado mercado y olvidandonos de esa especie de gobierno frugal que cuestionaba Michel Foucault en "El Nacimiento de la Biopolítica".

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