La canibalización del progresismo caviar


Hubo un tiempo en el que la búsqueda del progreso justificaba toda revuelta y revolución. Era la ansiada meta de toda sociedad. Así, a finales del siglo XVII, el progreso, con Descartes, se convirtió en un paradigma, inscribiendo al hombre "civilizado" en una trayectoria ascendente y lineal. Esa versión colectiva del progreso, como realidad continua y no cíclica, llevó a avances significativos en el plano técnico e industrial, con las terribles consecuencias derivadas de dos guerras mundiales, donde el progreso técnico y científico aportó lo suyo. Como diría Paul Valéry, la ciencia "fue deshonorada por la crueldad de sus aplicaciones". 

Con el paso del tiempo y la reivindicada "libertad para pensar por sí mismo" en las banderas libertarias de Mayo del 68, ese progresismo colectivo fue cuestionado y derrotado por un individualismo desenfadado, sin los límites que imponía cierta trascendencia, a través de instituciones que fueron objeto de de-construcción y cuestionamiento por aquellos que se sitúan en lo "políticamente correcto".

El progresismo liberal, impulsado por la izquierda "progresista" en los años 70, implicó una emancipación, una ruptura con el progresismo original que se nutrió de un movimiento eminentemente colectivo. Así, en detrimento de una aproximación de clase o colectiva, dicho movimiento promovió un "derecho a la diferencia", que ponía el acento en la extensión de los derechos individuales, con una visión contraria a las luchas sindicales, marcando así el punto de inicio de un paulativo e inexorable alejamiento de los partidos socialistas de toda reivindicación obrera, en un contexto de desindustrialización y de relocalización de puestos de trabajo ante la pasmosa impotencia de los Estados-Nación.

Como lo afirma Marcel Gauchet, "el progreso [entendido como progresismo inicial] ha dejado de ser creíble como movimiento general, automático y necesario hacia lo mejor". En efecto, si bien en ciertos aspectos de nuestras vidas podemos percibir algunos avances, somos conscientes que en un mundo globalizado no controlamos las consecuencias que, a menudo son reales regresiones para un gran sector de la población. Ante esas circunstancias es virtualmente imposible de volver a someterse a un paradigma progresista, más allá del repliegue individualista (cada quién por sí y para sí) ya comentado. Siguiendo a Finkielkraut, este progresismo individualista lleva al individuo a "desolidarizarse de la herencia de su país, de las tradiciones y valores de una nación, poniendo en peligro la idea misma de ciudadanía".

Hoy se pretende afirmar la existencia de un post-progresismo, que pulverizaría el progresismo individualista, admitiendo pasar los derechos atribuidos a los grupos identitarios antes que los derechos a los individuos. El derecho a la igualdad de minorías excluidas (comunidad LGTB, feministas, migrantes, comunidades religiosas, etc) es ahora la "idea-fuerza" impuesta por una corriente "mediatico-intelectual" y quien ose contradecirla será calificado no solo de conservador o de reaccionario, sino de homofóbico, machista, misógino, racista, entre otros epítetos originales.

Esas minorías excluidas, conforman comunidades y es en base a su calidad de integrante de esa comunidad tendrá derechos. El sujeto de derecho se "disuelve" en su comunidad, existe en tanto miembro de esa minoría. Ya podemos imaginar el destino que tendrá una sociedad democrática conformada por bolsones comunitarios, no integrados en un "nosotros", donde cada uno tenga derechos a la carta y leyes que respondan a sus intereses, en desmedro de un interés común y general. 

En el Perú, saltando todo debate se nos pretende imponer, siguiendo la tendencia y el "diktat" planteado por ciertos lobbys "progresistas" y algunos organismos internacionales, bajo un nuevo "colonialismo ideológico", una agenda que busca atender reclamos de igualdad de derechos a comunidades marginadas, victimas (claro está siempre debe existir un "chivo expiatorio")  de una sociedad patriarcal, machista, homofóbica, racista, y en un mundo donde todos seguimos reivincando el derecho a ser diferente, se nos plantea que la "igualdad" es el derecho humano supremo de toda sociedad. 


Estas banderas supuestamente libertarias son enarboladas localmente por un puñado de integrantes de Peruanos por el Kambio, bajo un discurso de pacotilla que se afirma "liberal", plagado de adjetivos ofensivos para quienes tenemos opiniones distintas a su "pensamiento único". Ese grupo actúa de la mano con el Frente Amplio. Es aquí donde salta a la vista la hipocresía de la izquierda peruana que hacen creer que son enemigos del libre mercado, posición que se contradice con la férrea defensa que despliegan en torno a la extensión, sin limites, de derechos individuales "a la carta". No hay mejor regalo para el capitalismo, supuestamente combatido por el Frente Amplio, que una sociedad atomizada por individuos consumidores, acreedores insaciables de derechos, de-solidarizados, desafiliados, de todo proyecto común, sin los frenos que, en otros tiempos, imponían la familia, la iglesia y la escuela.

Como lo afirma Zemmour, las dificultades de la izquierda es de "pretender ganar la batalla de los valores, sin darse cuenta que ha perdido la batalla de la realidad. Es porque ha impuesto sus palabras y su moral, esa de una élite progresista y mundializada, que ella ha olvidado los pesares y la moral del pueblo". 





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