De lo particular a lo universal


Como lo afirma Francois-Xavier Bellamy, filósofo y autor del libro "Les désheredités ou l´urgence de transmettre", en estos tiempos de dilución del bien común y de un individualismo exacerbado, la sola idea de llegar a ser un ciudadano del mundo, global, abstracto, desencarnado, próximo a lo universal, nos debería llevar a interrogarnos, previamente, sobre la  necesidad de mantener nuestro "pie a tierra" y de recurrir, con miras a ese universal, a la mediación de nuestra cultura en particular, de nuestra herencia y tradición específica.

No me refiero a "la" cultura sino a "mi" cultura, entendida, siguiendo a Julien Benda, como "el espíritu del pueblo al cual yo pertenezco y que impregna a la vez mi pensamiento más elevado y los gestos más simples de mi existencia cotidiana". En esa misma línea, Montesquieu en "El Espíritu de las Leyes", afirmaba que "muchas cosas gobiernan a los hombres: el clima, la religión, las leyes, las máximas de gobierno, los ejemplos de cosas pasadas, las valores, las maneras: de dónde se forma un espíritu general". Ese "espíritu general" nos otorga, queramoslo o no, otra mirada, una forma particular de entender e interpretar lo que vemos. El hombre cosmopolita e hiperconectado, siempre tendrá una dirección postal de origen y una herencia cultural irrenunciable.  

Ya Joseph de Maistre en el siglo XVIII dejaba constancia de esta evidencia al afirmar que "en mi vida, yo he visto italianos, rusos y franceses, pero en cuanto al hombre, yo declaro no haberlo encontrado nunca en mi vida". Por más que el mercado pretenda afirmar lo contrario, el hombre, por más abierto al mundo que sea, no es una "tabula rasa", no es un ser neutro ni abstracto, desprovisto de raíces. 

Ahora que hacemos frente a un supermercado mundial donde impera el libre-servicio, donde las fronteras se vuelven más porosas y donde la vida gira entorno al "individuo-rey", la necesidad de volver a la "raíz" se torna cada vez más imperiosa. No pretendo defender un movimiento de repliegue consigo mismo ni un iluso cierre de fronteras, sino un reconocimiento de nuestras diferencias y de la importancia de afirmar que no somos únicamente "homo economicus", independientes y atomizados, separados de nuestros ancestros y contemporáneos, sino también, y sobre todo, seres con una identidad, que nos reconocemos en una cultura y tradición propia que, lamentablemente, vemos diluirse en un mundo cada vez más ancho y ajeno. 



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