Los irremplazables y la banalidad del mal


Como lo señala Gonzalo Portocarrero, en el artículo titulado "El encanto del Bien",
el mal no necesariamente se "encarna" en algún engendro diabólico que exhala azufre, sino en nuestra falta de juzgamiento. En efecto, "detrás del mal no hay abismos ni profundidades, tan solo una idiotez moral, una falta de pensamiento, un despreocuparse de todo lo que no sea aquella orden que justifica nuestro lugar en el mundo".


Luego de asistir como periodista por el New Yorker al juicio del oficial nazi Adolf Eichmann en Jerusalem, Hannah Arendt concluyó que la culpabilidad del procesado radicaba en el hecho de haber consentido los crímenes ordenados por Hitler, aún cuando, en su condición
de encargado de la logística de transporte de judíos a los campos de exterminio, no fue el principal instigador o ejecutor de la operaciones de la denominada "Solución Final". Eichmann "no ejerció su capacidad de juzgar", lo que le hubiera permitido comprender que su obediencia "perruna" implicaba un apoyo a esos crímenes. La Ley nazi regulaba hasta los más mínimos detalles los procesos a seguir para cumplir con el exterminio judío. En ese sentido, Eichmann, bajo una interpretación sesgada del imperativo categórico kantiano,  cumplió con la Ley, porque "la Ley es la Ley y no son admisibles las excepciones". Este respeto a la Ley como construcción formal, dejando de lado la valoración y juzgamiento de su contenido, nos lleva a cometer actos abominables.
 
En efecto, siguiendo a Arendt, es conveniente recordar que "cumplir las leyes no significa únicamente obedecerlas, sino actuar como si uno fuera autor de las leyes que obedece". De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del mero cumplimiento del deber de obediencia.

En ese mismo sentido, la filósofa alemana destacaba en su "Banalidad del mal" la estrecha relación entre nuestra facultad de juzgar y la acción política. Dado que "en política se trata de hombres y no de héroes ni de santos, es esa posibilidad de no participación la que es decisiva para nuestra capacidad de juzgamiento, no respecto al sistema, sino con relación a los mismos individuos, a sus decisiones y a sus argumentos".

Esa decisión de "no participar" en la aplicación ciega de la Ley, implica un acto de "coraje". Así, como lo afirma Cynthia Fleury, si somos conscientes que no somos seres intercambiables, si reconocemos que no nos reducimos a ser meras piezas de una máquina, concluiremos que somos "irremplazables". Esta conclusión no debe verse a través del prisma de un individualismo hedonista, sino a partir de la evidencia que cada decisión y elección involucra una manifestación de lo que creemos y de nuestros valores morales. El hombre que no se siente "irremplazable", puede convertirse en un colaborador [como Eichmann], en un "reemplazable", en una cifra, "en una pieza más de una cadena".



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