La educación nacional y su confusión de roles


¿Cuál es el rol que debe cumplir la educación nacional?. ¿Es acaso crear el hombre nuevo?, ¿cambiar las mentalidades, sustituyéndose en el papel que deben jugar las familias en la transmisión de valores esenciales?.

Antes de contestar a esas interrogantes, quizás conviene recordar lo dicho por Hannah Arendt en su "Crisis de la Cultura", sobre la educación que les debemos a los niños. Ellos son nuevos en un mundo que les es ajeno y extraño. Lo particular es que el niño "es nuevo respecto a un mundo que existía antes que él, que continuará después de su muerte y, en el cual, pasará toda su vida". A diferencia de otros seres vivos que nacen en el mundo, la educación de los niños y niñas es más que una función de la vida, destinada a asegurar la subsistencia. Educando a sus hijos, los padres asumen "la responsabilidad de la vida y  de la continuidad del mundo". Estas dos responsabilidades, que no pueden entrar en conflicto, implican, de alguna forma, proteger a los niños para evitar que el mundo los destruya, pero también "proteger al mundo de ser devastado y destruido por la ola de los nuevos venidos que se vuelcan sobre él con cada nueva generación".

Dicho lo anterior, conviene distinguir el significado e implicancias de los términos "educar" e "instruir", que acostumbramos utilizar, equivocadamente, como sinónimos. Para comprender esas diferencias, podemos decir que una persona puede ser exquisitamente educada pero analfabeto o no instruido, o puede poseer una eminente formación académica y ser un maleducado.

Según Arendt, los niños "tienen la necesidad de ser protegidos contra el mundo, en el seno de una familia, al abrigo de cuatro muros que protegen a los adultos en la seguridad de la vida privada". Es bajo esa protección que la familia educa con los valores y aspectos culturales propios de la comunidad y tradición a la que pertenecen. 

A través de la escuela, los niños hacen su primer ingreso al mundo. Ella no es el mundo, sino la institución que sirve de "bisagra" entre el mundo y el dominio privado constituido por el hogar, para permitir la transición entre la familia y el mundo. Es en la escuela que los niños son instruidos con los conocimientos necesarios para su formación académica. El profesor se convierte en un representante del mundo y en ello forja su autoridad. En efecto, la competencia del profesor consiste "en conocer el mundo ya existente" y en su capacidad de transmitir ese conocimiento a los otros. En fundamental, como lo señala la gran filósofa judeo alemana, que el profesor asuma el reto de vincular lo antiguo y la tradición, con lo nuevo: "su profesión exige de él un inmenso respeto del pasado, de lo preexistente".  

Dicho lo anterior, dos problemas se plantean en estos tiempos sobre la educación. Uno respecto a los valores que se buscan transmitir en las escuelas. En efecto, como viene ocurriendo en el Perú, bajo el pretexto de una lucha contra las desigualdades hombre-mujer, se pretende "atacar los estereotipos de género". Como lo afirma la Ministra de Educación, Marilú Martens en la columna que escribió en la edición de El Comercio del 5 de marzo último, "el currículo nacional busca que, a través de la educación, se transforme una realidad que todavía presenta injusticias, desigualdades y mucha diferencia para las mujeres en nuestro país" [...] "A través de la escuela, queremos impartir el valor de la igualdad entre todos los estudiantes para así empezar a cerrar estas brechas de desigualdad de género que hoy afectan a millones de mujeres; y para asegurarnos de que la próxima generación de peruanos no repita los patrones de violencia y machismo que actualmente continúan presentes en nuestra sociedad". Cabría preguntarse, por qué focalizar el rol de la educación en esa lucha a favor de la igualdad hombre-mujer, ¿acaso es función de la escuela impartir valores, con el riesgo de asumir sesgos ideológicos?.

Lo que está en juego en el colegio, como lo dice Natacha Polony "...es el conflicto entre aquellos para quienes la lucha por la emancipación individualista es un "continuum" infinito hacia la extensión de los derechos individuales y la invención de sí, frente a quienes consideran que la educación nacional tiene el deber de ofrecer a los ciudadanos los conocimientos, como armas contra toda opresión, pero sin necesariamente hacer "tabla rasa" del pasado".

El segundo problema, ya referido líneas arriba, radica en el hecho que, como lo afirmaba Condorcet, el rol de la escuela es de "instruir al pueblo". Así, los conocimientos que transmitía la escuela pasaban por la historia, la literatura, los textos. Y es por ello que esos conocimientos eran emancipadores, porque eran el fruto de un saber. Los valores que quieren transmitir la escuela de los "autoproclamados" progresistas, pretendiendo reemplazar a los padres en su rol "educativo", pasan por ser un catequismo moralista que está en las antípodas de todo proyecto republicano.

Para Hannah Arendt, es fundamental la responsabilidad de los adultos que deben asumir el mundo para transmitirlo a sus hijos. Estos nuevos integrantes de la sociedad tienen siempre la fuerza de la novedad, pero la educación debe ser siempre lo que los vincula con el mundo antiguo y heredado, reconociendo, como diría Polibio, que educar "es hacernos ver si nosotros somos dignos de nuestros ancestros". 

Así, según la gran filosofa alemana, la educación  reposa sobre una separación entre el espacio público y el espacio privado, y sobre una forma de santuarización de la escuela, alejada de las agitaciones del presente. De esta forma, la educación debería ser todo lo contrario de la escuela utilitarista, anclada en la vida y en la inmediatez del presente, donde se prioriza el despliegue y desarrollo de competencias y no de conocimientos. 

Es fundamental reconocer una política familiar, como vector relevante en materia educativa y en el éxito escolar. Qué hace el Estado frente a las familias que cerecen de recursos y soporte para asumir este rol educativo. Considero que este es un punto esencial que tendría que ser debatido, dejando de lado el absurdo interés del Ministerio de Educación de hacer jugar a niños con muñecas y a niñas con soldados de plomo, en aras de la igualdad de género.

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