La traición de las élites y la ausencia de debate sobre la ideología del género



La "Rebelión de las Elites y la Traición de la Democracia", publicada en 1995, a un año de la muerte de su autor, Christopher Lasch, da cuenta de un malestar actual y creciente en la democracia. La causa de ese malestar, según dicho autor, está asociada a la separación cada vez más profunda entre el pueblo y las élites. Se trata de una separación o corte, tanto material como intelectual: el desarrollo de grandes estructuras de producción, el crecimiento de grandes ciudades, la especialización de cada sector de la economía, la mundialización de los intercambios comerciales, todo contribuye a aislar a los miembros de esa "nomenklatura" cosmopolita de los ciudadanos ordinarios.

Esta revuelta de las élites, está lejos de la "rebelión de las masas" anunciada por Ortega y Gasset a comienzos del siglo pasado. Así, más que una insurrección, vemos en este caso un repliegue profundo de una élite globalizada, que se "mira el ombligo" y toma distancia de la realidad que la rodea. Un mundo a parte, un mundo dentro de otro mundo, que vive su propia vida, con sus códigos, sus relaciones, sus valores, muchas veces lejos de toda ley y de toda administración fiscal, felices de vivir la "mundialización" en un salón VIP.

De acuerdo a Lasch, esta élite moderna que "controla los flujos internacionales de dinero y de la información, que preside las fundaciones filatrópicas y las instituciones de enseñanza superior, que gerencia los instrumentos de la producción cultural, es la que determina los términos  del debate público". Un debate consigo misma, en las antípodas del intercambio vigoroso y democrático de ideas y de opiniones. Según el citado sociólogo, "como la propiedad, las ideas deben ser distribuidas lo más ampliamente posible. Sin embargo, buen número de personas de bien, según la idea que ellas mismas se hacen de sí mismas, son escépticas en cuanto a la capacidad de los ciudadanos ordinarios de entender problemas complejos y de producir juicios críticos".

Después del Brexit y del inesperado triunfo de Donald Trump, la obra de Lasch ha vuelto a convertirse en "libro de cabecera" de muchos analistas, en estos tiempos donde los ciudadanos ordinarios expresan sentimientos de cólera y resentimiento contra una élite político y financiera "bien-pensante" que había decidido ignorar sus reclamos.

Los que aún continúan mirando "sobre el hombro" al votante pro-Trump, han detenido su análisis en la existencia de un supuesto "determinismo identitario" de una población blanca desposeía. Si bien el resultado de ese análisis puede ser parcialmente cierto, se deja de lado que en el fondo se trató de un voto de protesta de un "occidente periférico" que perdió o no lo dejaron subir al tren de la globalización.

Ante la idea de una "mundialización feliz", en la que el "comercio transfronterizo" aportaría, de forma natural la prosperidad y que el consumo eliminaría toda diferencia entre los hombres, el ciudadano ordinario se ha levantado para reclamar ante las fábricas que cierran y delocalizan, las desigualdades que aumentan y la cultura nacional que desaparece, más protección, fronteras, identidad cultural, valores religiosos y el retorno del Estado-Nación.

Para Lasch esas élites han desarrollado una suerte de irresponsabilidad y de inmadurez que las priva de toda "sensibilidad por los grandes deberes históricos que deberían enfrentar". Sólo cuando son confrontadas a un retorno brutal a la realidad, como consecuencia de un resultado electoral inesperado, esas élites no dudan en cuestionar la democracia. Y si el pueblo vota mal, como lo dijo Brecht, "habrá que cambiar de pueblo".

Como lo indica el mismo autor en "La Cultura del Narcisismo", ese quiebre del pacto social nos lleva a una "democracia individualista", ya no basada en elementos solidarios, sino en el resguardo de derechos personales o comunitarios, en un egocentrismo que define un modelo narcisista de democracia, que destruye toda cohesión social.
Mutatis mutandis, lo dicho, me lleva a pensar que la élite política e intelectual peruana, mejor dicho limeña, que se asume cosmopolita y moderna, que, en algunos casos, viene afirmando la inexistencia de una "ideología de género" en el Currículo de la Educación Nacional, subestima la inteligencia de una gran mayoría de peruanos, considerando que los valores e ideas que estos defienden, como la familia heterosexual y la diferencia biológica de los sexos, son arcaísmos que no son admisibles en estos tiempos post-modernos, donde la historia, la cultura local y los valores religiosos serían elementos anecdóticos y no más que piezas de un museo de cera. Es evidente, que nuestras élites limeñas se siguen mirando el ombligo y no quieren mirar lo que pasa fuera de nuestras fronteras.
 

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