Si Hobbes visitara Lima


Para Thomas Hobbes, testigo de los conflictos dinásticos y de las guerras de religión que se desarrollaron en la Europa del siglo XVII, existen tres causas principales del conflicto entre los hombres: la competencia, la desconfianza y la gloria.

Según dicho pensador, "la primera lleva a los hombres a atacar por el beneficio, la segunda por la seguridad y la tercera por la reputación. En el primer caso, ellos utilizan la violencia para convertirse en dueños de la persona de los otros hombres, mujeres, niños y bestias; en el segundo para defenderlos; en el tercero por detalles, como una palabra, una sonrisa, una opinión diferente y todo gesto que lo subestime, sea directamente a su persona, sea, por el contrario, sobre su parentela, sus amigos, su nación, su profesión o su nombre".

Hobbes era un convencido que, a través de la política, se podía llegar a "civilizar" la vida en común de una sociedad. En ese sentido, el Estado, que no proviene de una voluntad divina, sino de una voluntad humana, podía evitar que la vida siga, perpetuamente, expuesta a los "aleas" o riesgos de un conflicto inminente.
 
Este fundamento "realista" del conflicto latente que tiñe la vida social, es un telón de fondo que aún nos envuelve. El hombre, en este mundo de redes sociales, inteligencia artificial y de Pokemon Go, seguiría siendo el lobo de otro hombre ("hommo homini lupus"). Pareciera que ese "grito de la selva" que viene del fin de nuestros tiempos, no quiere ser escuchado bajo un discurso que gira en torno a un inalcanzable progreso, que para muchos marca un camino de "no retorno".
 
El individualismo moderno, cuyo "núcleo duro" es la figura del Hombre-Dios, nos ha dado la aparente y complaciente certeza de alcanzar esa libertad arrebatada a los Dioses. Sin embargo, ese sentimiento que consistiría en creer que nuestra vida, al fin, nos pertenece, engendra el riesgo de ver que esa "libertad de elección", puede transformarse en un destructor "cada uno por sí y para sí".
Si Hobbes visitara Lima, quizás no saldría de su hotel. Le hubiera bastado ver la "gran bienvenida" que se brinda a todos los recién llegados a la salida del aeropuerto internacional, donde hordas de carros zigzagueantes, con combis y buses que se disputan ciertos pasajeros, realizan maniobras temerarias, demarcando sus territorios con bocinazos, insultos y provocaciones. Quizás las causas de nuestras tensiones y conflictos se expliquen por un "mix" de las tres causas planteadas por el pensador inglés, a las que incluiría, la existencia de un "yo" y de un "mí" sobredimensionado, que tiene derecho de aplastar al "Otro".

El culto hacia sí mismo y la idea que nos lleva a creer que mi interés y mi derecho están por encima de mi semejante (que no lo consideramos en estricto "nuestro" semejante), no nos permite descubrir el rostro del "Otro". Ante la tentación de creernos los únicos habitantes de una isla imaginaria, recordemos siempre lo que, con mucha pertinencia, decía Levinas: " mi libertad no tiene la última palabra, yo no estoy solo". 

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